Los días lluviosos

Entre lo plateado y lo dorado, un niño corre por la banqueta. Se detiene junto al hilo de agua: Salta. Se moja. Sigue la lluvia. Todavía no sé de qué voy a escribir, pero el frío que está haciendo es maravilloso.

Llueve y llueve desde la madrugada. Parece que todo el día será así. Ella lo sabe, esta mujer que ahora pasa por el andador con paraguas, vestida de negro. Es una garza oscura. Y desde aquí distingo a un amigo que viene, de seguro, a presumirme su viaje a Morelia, y alguna de sus falsas conquistas.

La de las artesanías con blusas apretadas ha llegado a comprar café; la del pan, con su canastón; el médico jubilado que siempre lee el periódico de un día anterior. Hace un mes me dijo: “Eh, te vi en la contraportada del periódico, ¿escribiste un libro, verdad?”. Eso ocurrió el año pasado.

Entre lo gris y lo ocre, un hombre de boina, se ajusta el chaleco y observa hacia el cielo. Arrecia la llovizna. Otro café. Pasa cerca de mí una vaquerita de blusa cuadrada, con jeans y botas. Recordé aquel comercial y estuve a punto de decirle: “Dime vaquero”. Sí, a veces la lluvia me desdobla. De pronto pienso en El bueno, el malo y el feo. Ella se habría ido con Clint Eastwood; si fuese el malo, le hubiera robado un beso; pero si me tocara ser el feo, no le diría: “Dime vaquero”. Ah, grandiosa maldición ésta. Dios mío, adoro tanto el frío, la lluvia y los días nublados.

Entre lo argenta y lo áureo, una mujer olvida su pasado, sonríe al mirar por la ventana. Cuántas mujeres saben que el mejor remedio es el optimismo y el mejor sentimiento es el amor. Porque es muy fácil caer en el desaliento. Todo lo bloquea. Hay algunas que en verdad prefieren a los malos, gañanes, a los celosos, machines, a los habladores, presuntuosos… y para colmo piensan que en algún momento cambiarán. Pero también están aquellas que prefieren reír y salir al jardín, ésas que saben que no es necesario el maquillaje ni usar la falda más corta para salir con nosotros. A veces son más hermosas en pijama.

Entre lo oscuro y lo luminoso, un poeta escribe versos como poseído sin soltar el bolígrafo. De vez en vez se lleva la mano a la frente. Una mujer esbelta aparece en su hoja blanca, de pie, con el cabello suelto, envuelta con un moño atado a la cintura y una botella de champagne en la mano. Luego le dice a él: “Feliz cumpleaños”. Bueno, yo imagino que todo eso ha de decir su poema. En verdad yo no sé nada, en los cafés se divaga demasiado. A mí me abruman los poetas en gremio, pero de individuo a individuo la palabra se humaniza, la poesía es franca y el hombre es polvo. De lo único que tengo certeza es que vivir sin escribir historias es cansado, pero escribir poemas es desgastante.

Entre la lluvia y el café, me hace falta ese encanto de ojitos oscuros con la que podría pasar los siglos. Pero entre la divagación y la contemplación, nunca falta el aguafiestas. Ha llegado el enfadoso de Venegas, mejor me retiro. Lo mejor de todo es que estas lluvias durarán por lo menos dos o tres días.

Julio César ZamoraVelasco

Suplemento  Agora #2074, Diario de Colima

Los días lluviosos

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y el morfema Cos